Cómo utilizan los niños su instinto de supervivencia desde el principio

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Cómo utilizan los niños su instinto de supervivencia desde el principio

emociones«Las emociones son únicas en cada niño», este debería ser el primer objetivo de educación cognitiva a tener en cuenta por los padres.

Entre los seres vivos, la especie humana nace después de un embarazo a término de aproximadamente 40 semanas. Y a pesar de ello nacemos 100% dependientes e indefensos, ya que nos faltarían para una casi total maduración otras 40 semanas desde la cabeza a los pies, por dentro y por fuera como lo hacen los otros vertebrados mamíferos.

Este tiempo incompleto de maduración dentro del vientre de la madre permite que necesariamente cada niño nazca llamado a tener que sobrevivir.

Todos perseguimos la supervivencia y la necesidad de que nos atiendan. Un recién nacido no quiere a su madre porque simplemente la necesita. En cambio una madre quiere a su bebé gracias a ese específico amor maternal, que ayudará a que su hijo sobreviva tanto fisiológica como psicológicamente.

Un niño nace, rompe a llorar y el contacto de piel con piel con sus padres será su primera relación emocional y afectiva en la vida.

A partir de este momento comienza a desarrollarse y crecer un infinito universo de emociones a sentir e identificar. El sistema límbico de nuestro cerebro, y en concreto las amígdalas cerebrales, serán las encargadas de hacernos sentir e identificar cada una de las emociones.

A través de transmisiones cerebrales, no siempre serán conscientes y voluntarias al principio y a medida que nuestra memoria y consciencia hayan madurado,

nuestra vida afectiva habrá empezado a rodar para poder sobrevivir.  Sin las emociones no podemos relacionarnos plenamente con nuestro entorno y su carencia nos llevaría a una vida sin el instinto básico de supervivencia.

«Escucha el lenguaje de las emociones: nuestra guía interna para adaptarnos al mundo que nos rodea»

Así que uno de los primeros pasos que necesitamos para sobrevivir es el de conocer e identificar correctamente cada una de las emociones que sentimos desde nuestra infancia.

Pero el niño en este proceso no está solo. Está inmerso en una cultura, en una familia y en un entorno que también le habla de una u otra manera, de las manifestaciones de esas emociones que le hablan también por dentro.

Tiene que haber conexión entre la emoción interna y la reacción externa a dicha emoción. No es lo mismo sentir miedo que alegría ni son los mismos los motivos por los que puedes sentir miedo o alegría. Naces con una base fisiológica para sentir las emociones, pero las emociones se aprenden a gestionarlas según el entorno en el que creces y vives.

“Al fin y al cabo llegamos a la vida adulta, según lo que nos han dicho, hecho y hemos visto desde que nacimos”

El control consciente de las emociones es lo que nos hará llegar a la madurez sin menoscabo de lo que esté sucediendo en nuestro entorno.

Para ayudar a los bebés en este proceso, los padres no solo deben alimentar y criar sanamente a sus hijos, sino que deben también enseñarles a gestionar bien sus emociones internas de manera coherente con los actos externos de ellos y del resto de las personas que le rodean y le cuidan.

Cada bebé es como una coctelera donde se mezclan su temperamento, su personalidad y su carácter. Esta mezcla debe saber bien y estar equilibrada en sus ingredientes, para que nuestro hijo llegue a ser una persona adulta integrada en la sociedad sin problemas de conducta.

¿Cuáles serían las principales emociones al trabajar los padres con sus hijos?

Un niño que crece solo ante sus emociones, probablemente las reprimirá o se anclará en ellas hasta llegar a afectar en su autoestima y sus relaciones sociales. Reprimir por soledad es una carencia cognitiva que puede dejar huella para toda la vida.

Las emociones se contagian. Así que es importante que tanto adultos como niños sepamos transmitir y compartir según las circunstancias y proteger en la intimidad todo lo bueno del momento que se está viviendo.

 

La emoción de sentir miedo:

«Una madre o un padre miedoso puede educar a su hijo con tendencia al miedo.»

El miedo es una emoción que solo debe ponerse en marcha cuando hay un peligro real a que nos podamos hacer daño,  o a que nos puedan rechazar o ignorar. Por lo tanto, cualquier situación o persona que nos inspire un miedo justificado nos hará sentir miedo.

Si el miedo llega a ser muy intenso, termina por bloquear y no nos deja sobrevivir a la situación. Hay que enseñar a los hijos a racionalizar el motivo real y a reaccionar a esa emoción  de una manera proporcionada, tu hijo tiene miedo a cosas tan simples como a dormir solo…, a subir o entrar en algún sitio…

Es posible que sea por una indefensión aprendida de alguno de sus padres o también pudiera ser  un miedo justificado después de que le haya ocurrido algo.

La indefensión aprendida puede depender principalmente de la gestión del miedo de sus propios padres,  pero la segunda sensación de miedo puede ser por un motivo externo al niño y a sus padres.

 

La emoción de tener rabia:

«Tener rabia es una emoción defensiva ante una injusticia o mentira.  Pero hay padres que viven a la defensiva de manera habitual.»

Los padres a la defensiva no ayudan a su hijo a  identificar la emoción de la rabia, y saber cuándo de verdad su hijo debe o no reaccionar a una auténtica injusticia, ya que su padre o su madre entienden que la vida es como una batalla personal contra el entorno.

Cuando un niño se siente invadido por una acción injusta de otro, la rabia le provoca pegar, morder, o agredir con algo. El que esta sea una reacción defensiva natural, no quiere decir que no se pueda reeducar según vaya creciendo. Aprender a defenderse es necesario para que no sea víctima de abusos de cualquier tipo.

Pero se puede aprender a decir NO, sin necesidad de violencia física o verbal.

La emoción de padecer tristeza:

«Unos padres no deben vivir delante de su hijo por mucho tiempo padeciendo tristeza, aunque tengan motivos para ello».

La tristeza hay que dejarla que fluya y no se estanque incluso en casos de una pérdida humana o material importante. El grado de importancia dependerá del vínculo afectivo que exista con lo que se ha perdido.

Un niño cuando está triste no quiere jugar, saltar o moverse. También puede estar triste aunque no sea capaz de llorar.

Saber identificar correctamente la tristeza de un hijo es de vital importancia para darle una salida emocional a esta emoción de la tristeza para que no le dure demasiado en el tiempo.

Un niño puede superar la tristeza de la mano de unos padres que le consuelan, invitando a contar que le pasa sin reñir, amenazar, castigarlo o prejuzgar. Solo tienes que escucharle teniendo contacto visual y si es posible también de piel con piel, ya sea con abrazos, besos o caricias. Un niño triste no aprenderá a sobrevivir en positivo, sino que aprenderá a ahogarse en sus propias penas, haciéndose víctima o persona con tendencia a la depresión como únicas fugas emocionales.

La emoción de inspirar calma:

«Unos padres con paz interior serán más capaces y hábiles de saber inspirar calma a su hijo después de un mal momento. Una madre o un padre sin paz interior no enseña a su hijo a utilizar la calma para relacionarse sin ira con el entorno.»

La calma es una emoción muy útil y neutralizadora después de una situación difícil o desagradable que puede ser más o menos intensa según la edad de cada niño. Esta emoción en los niños se induce en un niño fácilmente si el adulto tiene con él un vínculo afectivo.

Los niños que mantienen la calma, no es porque sean especialmente tranquilos, ya que hay niños tranquilos por fuera, pero que por dentro están tristes, con ira o enfadados.

Las apariencias de algunos niños tranquilos nos engañan. Todos los niños necesitan  que los abracen o les acaricien y otros que les canten una canción o les lean un cuento. Todo va a depender de cómo sus padres les hayan acompañado en los distintos momentos de incertidumbre,

Al niño en sus malos momentos se les ha dejado solos, aislados o sin consuelo, ellos serán incapaces de sentir calma por sí mismos; sin embargo, ante cualquier contacto afectivo surgirá el efecto “calma”.

A los hijos no les puedes inspirar calma NUNCA, con el efecto placebo de una pantalla, porque es una calma falsa y no educa en las emociones, sino que las reprime.

La alegría de vivir:

Culturalmente, la alegría de vivir, es una emoción infravalorada  y muy limitada a eventos o buenas notas por parte de los padres. La emoción de la alegría se la interpreta en un hijo como lo contrario al fracaso.

Los padres suelen pensar que si el niño está alegre es por un éxito y si no lo está es por un fracaso o rechazo. Tampoco piensan en cómo fomentar la alegría con independencia del entorno positivo o no en el que su hijo esté.

Es la emoción más completa y transmisora de sentimientos positivos. Por ello, vivirla y celebrarla de manera habitual invita a la unión y al roce entre padres e hijos.

En las familias no solo hay que celebrar los cumpleaños y la Navidad. Todos los días pueden ser motivo de alegría en una familia donde padres e hijos valoran como algo grande y bueno, las pequeñas cosas buenas que les pasan a lo largo del día, y no dar por hecho que lo bueno es un derecho y lo malo un drama.

Si un niño crece con motivos pequeños para alegrarse será un niño motivado para experimentar cosas nuevas y admirar o ilusionarse por cada plan que va a hacer él solo o en familia.

La emoción del asco o rechazo personal:

Una madre o un padre con miedo a las arañas o un prejuicio racial o religioso pueden inducir a su hijo a tener miedo a las arañas o a rechazar o sentirse rechazado por determinadas personas de una raza o religión.

El sentimiento de rechazo o de asco es una emoción normalmente aprehendida en la familia e influenciada por nuestra cultura y valores, que se aflora como una defensa similar a la rabia.

La fuerza subconsciente de los prejuicios hace que los padres pueden crear una emoción patrón de rechazo ante algo que en sí mismo no debería generar ningún tipo de emoción.

Esta emoción no solo es mental, sino que puede somatizar a través del cuerpo del niño porque es una emoción muy visceral.

Los padres,  con el lenguaje verbal, no verbal, para verbal o el diálogo abierto, deben transmitir a sus hijos las emociones positivas y no defensivas en relación con determinadas personas, cultos o costumbres que no les limiten con su entorno y les ayuden a seguir superviviendo en la vida sanamente.

Diferenciar entre valores, creencias, tendencias y actitudes será la misión para no educar en el asco y el rechazo como respuesta social.

La emoción de gestionar bien la sorpresa: 

«Si la emoción de la sorpresa desencadena en tu hijo miedo, rabia o tristeza es posible que como padres hayáis planteado mal la sorpresa o tu hijo necesite tener una vida más variada y diversa para no asustarse negativamente con las sorpresas»

Es muy fácil impresionar positivamente a los niños con una sorpresa, ya sea positiva o negativa. Así que hay que tener mucho cuidado porque una sorpresa es una emoción positiva en la que el niño tiene que aprender a disfrutarla al lado de sus padres.

También es una emoción secundaria, y eso quiere decir que, según cómo sea la personalidad de cada niño, no con todas las sorpresas les pueden ir bien. Una vez aceptada esta diferenciación en los hijos, no deja de ser una limitación con el entorno de tu hijo el que no se pueda celebrar positivamente una sorpresa.

Las sorpresas pueden ser buenas o malas, pero lo importante es que una sorpresa  bloquee porque entonces te ocurrirá como con el miedo que le impide al niño poder supervivir a algunas sorpresas que le regalará la vida.

 

La fuerza de la curiosidad:

«Tener un hijo curioso es motivo de gran satisfacción para unos padres. No es un logro personal, sino un don en vuestro hijo»

Como padres solo tenéis que irle dando progresivamente y a demanda los medios afectivos y materiales que necesite y podamos darle para que pueda volar todo lo alto que le pida su mente y su corazón sin que corra peligro su vida ni su ego.

Esta emoción nace en el niño, no se hace. Cuando un niño se emociona explorando e investigando, será un niño precoz en autonomías y esta ventaja le regalará también la facilidad de crecer con un apego seguro hacia su madre al principio, luego hacia su padre y desde ahí llega su sentido de la curiosidad hasta el infinito y más allá.

No cortéis la fuerza de la curiosidad sana y proporcionada que tenga vuestro hijo. Un niño curioso es un superviviente nato ante la vida y ante el Planeta.

La emoción de la vergüenza como intimidación:

Los padres, ante la emoción de la vergüenza como una respuesta de intimidación externa, tienen una función muy importante y necesaria.

Los padres deben, ante esta emoción negativa, deben darle al niño, todos los impulsos afectivos para que entienda que tiene que quererse y estar orgulloso de cómo es y de quién es. El primer reconocimiento necesario tiene que venir de sus padres y una vez que sea reconocido por ellos, no necesitará buscar el reconocimiento de la sociedad para ser feliz.

A nivel neurofisiológico, un niño no sabe lo que es la vergüenza hasta que no tiene al menos 3 años. Solo cuando empieza reconocerse en su cuerpo y en su mente como un niño sexuado e integrado en una familia será cuando el niño puede empezar a desarrollar el pudor, que es como la antesala de la emoción natural de la vergüenza, y  le dará el poder de limitar su espacio personal a quien él quiera y no a cualquiera que le agreda.

Pero hay una emoción tóxica de la vergüenza que surge cuando un niño que no confía en sí mismo ni en sus posibilidades empieza a tener vergüenza y a retraerse para no hacer el ridículo y que se rían de él en determinados ambientes o situaciones.

Un niño avergonzado es un niño herido que difícilmente sobrevivirá sano ante las dificultades.

 

 

Sara Pérez-Tomé Román

 

 

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