Las relaciones entre padres e hijos a examen

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Las relaciones entre padres e hijos a examen

hijos“Cada uno de nosotros somos lo que hicieron y lo que vimos durante nuestra infancia”

“La familia es un grupo social, con una organización y dinámicas que forman parte de un sistema de creación de vínculos y afectos que permiten a todos los que la forman vivir compartiendo tanto la disciplina como la informalidad al mismo tiempo”

Dentro de lo que es el desarrollo de la conducta humana, juegan un papel muy importante las dinámicas y vínculos familiares. Las distintas situaciones familiares poseen una gran trascendencia para la formación de la personalidad tanto de padres como de hijos, pero principalmente de los hijos.

La creencia más generalizada es que la personalidad empieza a tener huella en cada niño durante los 6 primeros años de su vida. Y esta se va consolidando a través de las experiencias en la adolescencia e incluso también en la edad adulta.

La plasticidad que tenemos durante la infancia es nuestra gran ventaja para aprender y desarrollarnos, pero puede ser también una gran limitación cuando lo que se vive en casa son traumas. En efecto, esta singular plasticidad nos hace sensibles a todo tipo de hechos y circunstancias tanto para bien como para mal.

La plasticidad de cada uno se  va adaptando según sean nuestras relaciones íntimas entre las personas con las que habremos empezado a generar el vínculo del apego nada más nacer.

Gracias al desarrollo de ese apego interior, también podremos desarrollar un sentido de pertenencia a nuestro grupo familiar que nos dará infinitas posibilidades para sentirnos no solo queridos, sino también poder querer a tu círculo más próximo que es la familia. 

Las relaciones familiares íntimas son tan estrechas como intensas y continuas. En estas relaciones los que más cambian son los hijos. Los padres van asumiendo una serie de roles con los que van adaptándose a las distintas edades evolutivas de sus hijos sin que por ello cambie la fuerza de la relación paterno-filial que, como tal,  mantiene siempre un carácter vertical.

En familias con varios hijos tiene lugar un segundo tipo de relación, una relación entre iguales: la relación de los hermanos entre sí. En estas familias los hermanos crecen y conviven en torno a dos dos fuerzas complementarias: la fuerza de la solidaridad y la fuerza de la rivalidad. Por esto, en determinados momentos los hermanos se muestran entre sí como cooperadores y en otros casos como competidores. Ambas vivencias son necesarias para que cada uno pueda delimitar lo mejor posible no solo su lugar dentro de la familia, sino también su futura personalidad y carácter dentro y fuera de la familia.

Dependiendo de cuantas personas participen o vivan próximas al núcleo familiar, se llega a crear “un grupo familiar”. Este tipo de grupo familiar era antes mucho más frecuente que ahora. En la actualidad hay mayor distancia entre unos y otros. Tanto los destinos laborales como la incorporación de la mujer al mundo laboral han hecho que la familia no sea ya un “grupo familiar”, sino una suma de micro-grupos de familias nucleares, unidos en los eventos familiares más comunes.

Cuanto más reducido sea el grupo familiar, menos personas intervendrán cotidianamente. Esto evitará que el niño viva y presencie conflictos de adultos que puedan generar en él los mismos conflictos de sus mayores.

En la actualidad, hay muchos condicionantes que han reducido en gran parte los lazos íntimos con otros familiares cercanos. Ahora el niño es menos espectador más actor de situaciones que no le convienen como menor. 

Tanto la lejanía como la cercanía entre padres e hijos va a ir marcando, por un lado, la interacción sensorial y, por otro lado, la interacción emocional. La interacción sensorial abarca en la infancia la comunicación gestual, la comunicación no verbal y el roce físico. En cuanto a la interacción emocional, con ella entran en juego los sentimientos de amor, rechazo o indiferencia. Todas estas interrelaciones provocan reacciones muy diferentes en los niños. Incluso, las dos últimas pueden provocar sentimientos no deseados para un correcto desarrollo afectivo del niño. 

Por último y no por ello menos importante, entrarán en juego la expresión verbal de ideas, sentimientos o juicios. Este plano más intelectual que también se vive en las relaciones familiares, es muy dependiente de como hayan evolucionado los dos anteriores. Si hay un desarrollo pobre de interacciones emocionales o sensoriales, entonces el desarrollo del pensamiento y de su expresión verbal también será pobre.

En un hogar los padres son los primeros y últimos responsables de dar a los hijos sensación de seguridad y de confianza para que puedan ser personas que sepan asumir los problemas que les traiga la vida.

La sensación de seguridad en la familia abarcará varios ámbitos:
      • Área física (el niño debe tener cubiertos su alimentación, higiene, descanso,  educación y orden).
      • Área psicológica (el niño debe vivir en armonía, estabilidad entre los  padres y con los hermanos).
      • Área afectiva (el niño tiene que sentirse aceptado tal y como es, y sentirse amado en sus limitaciones). 
      • Todas estas áreas hacen que la relación paterno-filial tenga unas reglas de juego para la vida en familia que deben ser respetadas por todos. Así se evita ser una persona socialmente desadaptada donde el niño no  es capaz de tener hábitos de vida dentro o fuera de su familia.

La familia es un microcosmos formado por distintas personas independientes entre sí. En ella el todo no puede valorarse sin valorar a cada una de las partes. Y las partes individualmente tienen cada una un valor en sí mismas que es diferente al todo formado por la suma de las partes.

Para ello, debe existir en cada familia una armonía conyugal básica, que debe mantenerse aunque las familias se rompan. Los padres deben casi por obligación “llevarse bien, estén juntos o separados, haya amor o no entre ellos. La armonía familiar debe basarse en el respeto y el cariño por todas y cada una de las partes que forman la familia nuclear.

Gestionar bien una familia no es fácil porque cada familia está compuesta por una diversidad de roles que evolucionan con el paso del tiempo. Hay que aprender a convivir manteniendo el equilibrio de todas las partes a través de una buena convergencia de intereses por el bien común. 

La familia debe ser la base de operaciones y, al mismo tiempo, debe ser camino de salida. En ambos casos debe ser lo más seguro y firme para todos sus miembros. 

Hay distintos modelos de vivir esta plataforma de vida familiar y depende en gran medida del estilo de vida que quieran proponer los padres:

Hay padres que hacen de la convivencia un “vive y deja vivir o un prohibido prohibir”, con todos los sentimientos que ello puede desencadenar tanto en los padres como en los hijos. Llegando a mantener un ambiente familiar llevado más por los sentimientos y por querer vivir el momento.

Hay otro estilo de padres que viven la armonía familiar desde una intencionalidad educativa basada en normas, disciplina y obediencia razonada y razonable a la medida de la evolución de  cada hijo.

Ambos estilos tienen su metodología y se corresponden con diferentes formas de ver la vida en general.

Ambos estilos tienen unos padres conscientes y convencidos de que están educando a sus hijos en libertad, aprovechando su evolución y buscando siempre para ellos situaciones de mejora.

El punto de diferencia está en qué valores quieren transmitir a sus hijos como una prioridad. Unos se decantan por los valores de la inmediatez y la apetencia. Los segundos se inclinan más por valores que den trascendencia y esfuerzo a la vida de sus hijos.

Las familias en el siglo XXI, no se crean ni con libros de autoayuda ni por medio de conferencias basadas en el buenismo de que “todo lo que quieras hacer, puedes hacerlo”. Esa es la gran mentira educativa de este siglo.  

Hoy en día, el gran reto de una familia es el ser capaz de educar la voluntad y el esfuerzo en positivo desde el amor y la libertad. Y la aceptación de los hijos tal y como son, sin considerarlos “hijos perfectos” o “hijos imperfectos”.

No existen tampoco “padres perfectos o culpables” y, cuanto más nos creamos que podemos serlo, más fácil será que creemos familias  «más infelices”, por la falta de aceptación de toda la diversidad de realidades poliédricas que existen dentro de cada familia.

 

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