A lo largo del último siglo ha habido muchos tipos revoluciones, pero quizás ninguna ha sido tan significativa como la revolución de la longevidad. Hoy en día vivimos un promedio de 34 años más que nuestros bisabuelos. Esto significa que tenemos una segunda vida como adultos, que se ha solapado con la que antes estábamos acostumbrados a vivir.
Actualmente tenemos un problema de adaptación demográfica y social. En nuestra cultura todavía no hemos aceptado lo que esto significa para todos nosotros. Tampoco sabemos la trascendencia real del por qué a la vista de los avances tecnológico-científicos, no nos hemos preparado suficientemente para este nuevo paradigma social.
“La nueva vejez forma parte de una nueva realidad bastante desconocida”
Todos nacemos frágiles, dependientes de los adultos, y tardamos mucho en valernos por nosotros mismos y en tener inteligencia consciente de ser los protagonistas de nuestra vida.
Con el paso de los años y hacia la mitad de nuestra vida, somos el proyecto de persona más completo que podemos alcanzar a ser, y contamos con la idea de que, después de subir a esa cima, empezaremos irrevocablemente a bajar hasta el valle de la vejez y la inactividad adulta.
Sin embargo, hoy en día, hay muchas opiniones de peso de psicólogos, filósofos, artistas, médicos y científicos, que no ven a las personas de más de 60 años con esta perspectiva de vida catastrofista.
Actualmente esta edad puede tener un significado propio. No es un volver ni a la infancia ni a la adolescencia, ni tampoco se trata de perpetuarse en la vida de la edad madura.
Hasta hace relativamente poco, el envejecimiento era una curva ascendente que, después de haber llegado hasta el punto más álgido de nuestra existencia, empezaba poco a poco a descender, casi hasta los niveles de actividad de la infancia.
La clave está en saber utilizar de manera adecuada este nuevo tiempo que nos regala la evolución de la humanidad. Le hemos ganado años a la vida, pero esto por sí mismo no es suficiente. Tenemos que ganarle a la vida años de calidad en el último tercio de vida.
A este tiempo podemos llamarle la edad de las personas Super Senior, que han llegado hasta aquí como una parte del fruto de la selección natural que rige nuestro planeta.
«Solo llegan a Super Senior en gran medida, no los aparentemente más fuertes, sino los más sanos y más flexibles en adaptarse al entorno que les rodea.»
El envejecimiento natural es como ese tipo de confianza que adquirimos cuando se sube una escalera. Ese tiempo en el que vamos subiendo escalón a escalón hasta llegar arriba, es un tiempo de aprendizaje, experiencia y madurez que nos dará la sabiduría, integridad y autenticidad para la vida.
De todas formas, ni todos somos iguales ni tenemos todos los mismos talentos. Por esto, debemos mirar cada ascenso personal como una capacidad a desarrollar en cada uno. En efecto, la actitud y el talante formarán parte del desarrollo de los talentos que nos esperan en nuestra edad dorada.
Ya no hay pretexto que nos limite por la edad a hacer o no hacer más cosas. Cada uno de nosotros somos los que nos limitamos cuando nos conformamos con tener más o menos aspiraciones.
Desarrollar todas nuestras potencias antes de los 50 y para ir luego “maquinando” bastante más fácil que lo logrado a los 30 años. A partir de los 60 años uno tiene menos cargas familiares directas, menos estrés y más experiencia de la vida. Todo esto nos convierte en veteranos en cuanto a la gestión del tiempo, evitando el estrés y la ansiedad.
De manera casi automática, cuando uno envejece es capaz de ver más ágilmente lo que nos une con los demás que lo que nos separa. También somos capaces de distinguir mucho mejor entre lo que pertenece a nuestra responsabilidad y aquello que es responsabilidad de otros. Esto nos hace sentirnos mucho más felices que los de la anterior generación con la que compartimos la vida.
La juventud no es solo la ausencia de canas y arrugas pues hay gente joven que tiene un corazón canoso y arrugado, que no se corresponde con su edad biológica.
Picasso dijo una vez: «Se necesita mucho tiempo para llegar a ser joven«.
Ahora bien, tampoco debemos idealizar el envejecimiento. De entrada, no tenemos la garantía de que sea un tiempo para disfrutar y desarrollarse personalmente. El poder conseguirlo es en parte suerte y en gran parte, genética.
No siempre la debilitación física de la persona conlleva un deterioro mental. La concentración de energía hacia un objetivo puede llevar a un crecimiento creativo y constructivo como no teníamos antes.
Cuando uno llega a una edad donde se tiene más pasado que futuro, ese es precisamente el momento de repasar quienes fuimos durante el primero y segundo tercio de la vida y poder tomar la decisión de subirnos al trampolín de nuestra propia biografía y saltar hasta donde más lejos queramos y podamos llegar, porque esta última etapa es un “ahora o nunca”; ya no queda tiempo para pretextos que justifiquen dejar de hacer todo lo que todavía te queda por hacer…
Todos somos en parte lo que desde que nacimos hicieron con nosotros, lo que hemos visto hacer y lo que hemos vivido. Es aquí donde está realmente nuestro verdadero éxito: en llegar al último tercio de la vida sabiendo quiénes somos y qué personas, cosas o circunstancias quiero o no quiero tener presente en lo que me quede de vida.
Es muy interesante considerar el último tercio de la vida como un tiempo en el que poder descubrir por uno mismo que muchas cosas que creía que ocurrieron por mi culpa, realmente no tenían nada que ver conmigo, y que he vivido muchos años pensando que sí…
Si nos liberamos de una culpa falsamente construida, podemos ser capaces de perdonarnos y perdonar a los demás. Si nos liberamos de una parte de nuestro pasado, podremos cambiar nuestra relación con el entorno y con los demás.
Gracias a la plasticidad de nuestro cerebro, podemos ser más positivos en relación con nuestro pasado y tener una vida mucho más saludable que la vivida hasta este momento.
En el caso de las mujeres encontramos un buen ejemplo. Cuando nacemos, tenemos una fuerza interior que, en muchos casos, nos hace parecer muy fuertes y luchadoras. Sin embargo, con demasiada frecuencia, durante la adolescencia el mundo nos convence de que es importante que, para salir adelante y tener éxito en la vida, además de poder ser libres y de tener determinada formación académica, tenemos que conseguir ser reconocidas, aceptadas y validadas por una gran mayoría silenciosa. El gran peligro de la mujer está en entrar en esa dinámica, ya que es entonces cuando caemos en el error de convertimos en sujetos y objetos de la vida de otras personas y actores secundarios de nuestra propia vida.
Es muy importante que las mujeres, que hayan llegado a este último tercio de su vida, se hagan también una “revisión de vida” pues todavía podemos estar a tiempo de conseguir cambiar el anterior punto de partida y empezar a reconocernos diferentes respecto del guión marcado por los demás, por primera vez.
Las mujeres mayores representan la mayor población mundial. Por esto, la preocupación por el mundo debería traducirse en la preocupación por la mujer.
Si pudiéramos cambiar la tendencia de cómo se sigue percibiendo a la mujer que alcanza los 50 años, entonces sería posible que surgiera una nueva redefinición de la mujer. Esto supone un gran cambio cultural y social que, seguro, puede revertir en los hombres de su misma etapa y en las generaciones más jóvenes. De este modo, con la nueva forma de testimoniar, todos los jóvenes podrían repensar sus propias vidas, mucho antes de cumplir los 50 años.
Este post se lo dedico a una mujer muy en especial y a todos aquellos hombres y mujeres que antes de los 50 años han sido capaces de generar un cambio revolucionario en su vida.
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