¿Para qué me sirve pedir la nulidad matrimonial si no pienso volver a casarme por la Iglesia Católica?
¿Para qué quiero la nulidad de mi matrimonio si no soy creyente ni practico?
¿Qué pensarían mis hijos de nosotros, si se enteran de que no fuimos capaces de casarnos bien?
Por mis hijos no voy a pedir la nulidad, bastante han sufrido ya y no quiero que sufran más.
Creo que no tengo fuerzas de volver a revivir otro proceso similar al de la ruptura.
Cuando uno lleva escuchando a muchos matrimonios comentarios y preguntas, cada una de ellas, me hacen plantearme la importancia de reflexionar sobre ello.
Hay algo que por experiencia me dice que el desconocimiento y la confusión que tienen algunas personas sobre relatos y comportamientos en las parejas que, buscando terapia para no separarse o para recuperarse después de una separación o divorcio, se pueden encontrar con otro problema de fondo mayor y diferente al que creían traer al acudir al Gabinete Sophya.
La decisión de casarse bien no es fácil. Hay un tanto por ciento de parejas que se casan sin estar suficientemente maduros uno de los dos o los dos. En otros casos la decisión de casarse fue precipitada, frívola o forzada. Muchas veces llevados por una idea nada real de cuáles son las responsabilidades que suponen crear una nueva familia. Con esta matización quiero decir que no todas las parejas saben y están preparadas para casarse por la Iglesia y con el “para siempre” que esta institución plantea. Casi todo lo deriva de este principio, se presupone o incluso se ignora. Pero al ser algo de vital trascendencia moral, jurídica, social y personal es preciso detenerse y hacer una reflexión.
“Para casarse bien, no basta con estar enamorados y querer tener un proyecto en común con unos hijos. Casarse bien es muchísimo más. Las tres cosas primeras que se necesitan son: madurez vital, estabilidad sentimental y toda la libertad personal del mundo”.
Sin estas tres premisas es imposible navegar juntos para siempre en la misma barca.
Cuando estos aspectos tan fundamentales, los novios y las familias en general, no cuentan con ellos, y deciden casarse son la antesala de situaciones posteriores más negativas que positivas. La consecuencia de la ausencia de estas premisas será el origen de una permanente infelicidad casi desde el principio de la unión. Y, con el desgaste del tiempo, hará que las parejas terminen por buscar su ruptura matrimonial como única solución posible. La idea de que todos los casos de ruptura son iguales es tan pueril como decir que todas las familias son iguales. Podemos encontrar muy diferentes situaciones ante un mismo hecho:
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- La falta de formación mínima de lo que supone romper el matrimonio. Con el añadido de precisar las diferencias sustanciales que conlleva el estar casado por la Iglesia Católica o solo por lo civil.
- También hay que tener en cuenta que no es igual estar casado con hijos o sin ellos.
- Tampoco es lo mismo pedir la separación que pedir el divorcio y las consiguientes consecuencias civiles, religiosas y familiares de cualquiera de estas decisiones.
Por ello, vamos a analizar muy básicamente cuáles son las diferencias de los tres tipos de vínculos matrimoniales cuando se tramita su ruptura:
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- Pedir la separación -que por cierto, no existe esta figura jurídica en todos los países del mundo- es solicitar la “suspensión de la convivencia matrimonial, sin romper el vínculo de un matrimonio válido”. Con esta petición,
“El vínculo matrimonial queda suspendido de manera indefinida, pero sin romperse”.
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- Pedir el divorcio, es romper el vínculo existente de un matrimonio válido. De esta manera,
“El vínculo matrimonial queda disuelto para siempre”.
En este post no voy a entrar en la trascendencia jurídica, familiar y personal de cuando se pide la separación o el divorcio con hijos de por medio, sean menores o no. En ese caso, la ruptura puede llegar a tomar un carácter dramático y complejo de resolver y se merecería un post aparte.
Centrándome en el contexto de ruptura matrimonial con o sin hijos a cargo, es posible encontrarnos con matrimonios nulos. Me refiero a todos aquellos matrimonios que les ha faltado, en el momento de su unión matrimonial eclesiástica, alguno de los requisitos para que su unión matrimonial fuese válida.
Curiosamente existen matrimonios que nunca fueron válidos. Aunque desde el principio tengan todo el aspecto de haberse celebrado sin ningún tipo de problema y parecieron acordes a la validez de dicha unión a los ojos de los demás.
Estos matrimonios no válidos desde el principio pueden ser de contrayentes que, habiendo mantenido una vida familiar e incluso habiendo tenido hijos en común, entre ellos nunca ha existido un vínculo religioso válido que les convirtiera en marido y mujer unidos sacramentalmente bajo el ritual religioso en el que participaron de una manera no plena.
Esto significa que realmente nunca fueron marido y mujer, aunque hayan vivido, se hayan tratado como tal e incluso hayan sido padres. El ritual del matrimonio católico genera un esposo y una esposa. Cuando ambos participan de él desde el sentimiento y la convicción religiosa que demanda este sacramento. El hecho de participar en ello a través de la boda en una iglesia no es muestra de que se haga desde el convencimiento y la fe que requiere ese acto.
Es posible que alguno o los dos de los contrayentes lo hagan por convencionalismo social o por dar gusto a terceras personas. Pero si en su interior no participan de los requisitos de dicho sacramento estaremos ante una conducta alejada del compromiso personal en dicho acto religioso. Esto aunque no lo muestren o lo comuniquen públicamente en ese momento.
Los procesos de nulidad son diferentes a los procesos de separación o divorcio. Las personas autorizadas (abogados y jueces) para tal fin también son diferentes. Ante una declaración de nulidad, lo que realmente se produce no es una realidad nueva, sino que solo se declara que nunca existió verdaderamente un matrimonio cristiano válido.
Para la Iglesia Católica, la unión matrimonial Sacramental es indisoluble. Por lo tanto, una declaración de nulidad no es un mal llamado “divorcio de los católicos”, sino que es un expediente de nulidad para el esclarecimiento de la verdad después de una búsqueda exhaustiva de la misma hasta el mismo momento de su casamiento.
Puede que la pareja se creyera casada, pero nunca lo estuvo. Por ello, tienen ambos una cierta obligación moral de rectificar su expediente matrimonial religioso.
“Todos los matrimonios que son declarados nulos son siempre uniones matrimoniales dentro de una ceremonia por la Iglesia Católica. Pero no todos los matrimonios celebrados dentro de la Iglesia Católica son nulos. Y tampoco pueden anularse a demanda de quien lo pida, como algunos creen o les conviene pensar…”
Es importante detenerse en un matiz. El hecho de que existan matrimonios nulos, no siempre están por ello obligados a solicitar un proceso de nulidad. Es un tema no solo muy personal, sino que abarca el ámbito de la conciencia de cada uno de ellos.
Cabe aclarar que la Iglesia Católica recoge diferentes circunstancias para valorar la posibilidad de una nulidad matrimonial. Pero dada la profundidad y especialización de los casos.
Una vez explicados mínimamente estos conceptos, debemos acercarnos a los profesionales especializados en este ámbito jurídico. Aun habiendo evitado entrar en las consecuencias y trascendencias de cada uno de los conceptos, sí es recomendable que, a partir de la lectura de este post, las personas que están pensando en casarse, se conciencien más y mejora de dónde están, qué es lo que quieren y qué es lo que no quieren en su vida matrimonial futura, antes de dar el paso para contraer matrimonio.
Con cierta frecuencia, se suele solicitar en el Gabinete Sophya una consulta de asesoramiento matrimonial, que puede acabar derivando en evidentes indicios de en una posible nulidad matrimonial, partiendo de parejas con problemas matrimoniales importantes, y que está su unión en peligro o ya están separados. Es entonces cuando recomendamos acudir al Tribunal de la Rota, de la mano de abogados especialistas en esta materia del Derecho tan delicada.
Hay parejas que no quieren ni empezar a hacer la consulta o, habiéndolo hecho, no toman la decisión de poner en marcha la demanda de nulidad. En muchos de estos casos, la razón es que no lo hacen por sus hijos. Este es un prejuicio a veces invencible. Porque se parte de la sensación de que los hijos van a sentirse mal por haber nacido fuera de un matrimonio válido y no quieren hacerles pasar por ello.
Otro prejuicio es que lo pasaron tan mal en el proceso de separación o divorcio que solo recordar aquella etapa de su vida y tener que volver a tener contacto sobre este tema con su ex pareja, no quiere ni planteárselo.
Ambos razonamientos son emocionalmente muy humanos, pero carecen de peso moral. La búsqueda de la verdad de la vida íntima es algo muy importante. Para la paz interior consigo mismo y en relación con los demás. Tanto los contrayentes sin hijos, como los que tienen hijos deben buscar la paz a través de la verdad, aunque duela. Probablemente con el tiempo termine siendo esa verdad un bálsamo muy potente para heridas de todo tipo que nunca llegaban a cerrarse.
Una declaración de nulidad después de un proceso honesto y leal es el resultado de la búsqueda de la verdad de un matrimonio. Que, aunque se celebró en su momento, uno de los dos o los dos contrayentes no estaban preparados para casarse eclesiásticamente por motivos ocultos o viciados que no se supieron ver en ese instante.
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